Mi principio de año atlético está siendo un poco extraño. El blog en indefinido barbecho, semanas de mucho trabajo sin poder entrenar, combinadas con otras con un poco menos de "mucho trabajo" en las que salen buenos ritmos y, para rematar, este será el primer mes de Enero en siete años en el que no participo en la carrera más importante de la isla, el Gran Canaria Maratón.
Nuestra historia empezó en la edición 2009, yo era un corredor temeroso de enfrentarme a 10 kilómetros y ella una carrera que aún no se consideraba capaz de albergar un maratón. Allí estaba yo, embutido en la camiseta más que ajustada que me dieron el día antes, sin saber de ritmos, ni de planes, sin GPS, sin blog, sin Twitter... Fue un buen día, mi adición a las carreras sólo hacia crecer y era evidente que nunca iba renunciar a una carrera grande en casa.
Un año después, aquella modosita "media" creció hasta convertirse en un maratón. Yo acudí guiado por sus cantos de sirena sin darme cuenta de que aún no era lo bastante corredor para conquistarla. Lesión y cambio de planes, al menos pude coquetear con ella haciendo una discreta marca personal en media maratón que por esa época me sabía a gloria.
Entrené, maduré, tuve un pequeño "affair" con otro maratón y volví con el disfraz de maratoniano para engañarla y por fin coronar sus 42 kilómetros. Fueron días de vino y rosas, durante dos años ella siempre cumplió, dura y exigente pero dando lo que prometía. Yo no estaba a la altura y mis batacazos fueron norma pero siempre quería volver a encontrarme con ella.
Pero de repente todo cambió. Hizo un amago de marcharse para siempre, por suerte no cumplió su amenaza pero volvió siendo otra. Se creía la más linda, la más grande, la ÚNICA. Dejó de escuchar a quienes la querían y la hacían vivir. Se echó un novio rico y decidió vivir del halago pagado, de la propaganda casposa, de las falsas expectativas, convirtió su existencia en una mentira rodeada de lo que ella llamaba "sus padrinos y madrinas".
Recuerdo haber escrito una carta que quizás nunca leyó o entendió. Primero llegó la decepción, después las discusiones y, finalmente, la indeferencia. Esa que hará que este fin de semana me dedique a animar y sacar fotos en lugar de correr mi quinta maratón consecutiva en casa.
Ni 900.000 euros han podido evitar que se convierta en un quiero y no puedo provinciano. Una aspirante a juguete roto que está mucho más cerca del poder que del saber. Un salón con muebles muy caros que nadie supo decorar.
Dicen que donde hubo fuego siempre quedan rescoldos, mucha candela va a tener que darme en el futuro para que esa llama se vuelva a avivar.
Una cosa tengo clara, rompiendo el tópico de las rupturas, "no soy yo, eres tú".
Nuestra historia empezó en la edición 2009, yo era un corredor temeroso de enfrentarme a 10 kilómetros y ella una carrera que aún no se consideraba capaz de albergar un maratón. Allí estaba yo, embutido en la camiseta más que ajustada que me dieron el día antes, sin saber de ritmos, ni de planes, sin GPS, sin blog, sin Twitter... Fue un buen día, mi adición a las carreras sólo hacia crecer y era evidente que nunca iba renunciar a una carrera grande en casa.
Un año después, aquella modosita "media" creció hasta convertirse en un maratón. Yo acudí guiado por sus cantos de sirena sin darme cuenta de que aún no era lo bastante corredor para conquistarla. Lesión y cambio de planes, al menos pude coquetear con ella haciendo una discreta marca personal en media maratón que por esa época me sabía a gloria.
Entrené, maduré, tuve un pequeño "affair" con otro maratón y volví con el disfraz de maratoniano para engañarla y por fin coronar sus 42 kilómetros. Fueron días de vino y rosas, durante dos años ella siempre cumplió, dura y exigente pero dando lo que prometía. Yo no estaba a la altura y mis batacazos fueron norma pero siempre quería volver a encontrarme con ella.
Pero de repente todo cambió. Hizo un amago de marcharse para siempre, por suerte no cumplió su amenaza pero volvió siendo otra. Se creía la más linda, la más grande, la ÚNICA. Dejó de escuchar a quienes la querían y la hacían vivir. Se echó un novio rico y decidió vivir del halago pagado, de la propaganda casposa, de las falsas expectativas, convirtió su existencia en una mentira rodeada de lo que ella llamaba "sus padrinos y madrinas".
Recuerdo haber escrito una carta que quizás nunca leyó o entendió. Primero llegó la decepción, después las discusiones y, finalmente, la indeferencia. Esa que hará que este fin de semana me dedique a animar y sacar fotos en lugar de correr mi quinta maratón consecutiva en casa.
Ni 900.000 euros han podido evitar que se convierta en un quiero y no puedo provinciano. Una aspirante a juguete roto que está mucho más cerca del poder que del saber. Un salón con muebles muy caros que nadie supo decorar.
Dicen que donde hubo fuego siempre quedan rescoldos, mucha candela va a tener que darme en el futuro para que esa llama se vuelva a avivar.
Una cosa tengo clara, rompiendo el tópico de las rupturas, "no soy yo, eres tú".
Yo creo que no es ella, sino su padre, que la malaconseja y la malmete para que la acabes abandonando. Cuando se liebere de su papá volverá a ser la de siempre y volverá el amor.
ResponderEliminarDonde hubo amor siempre queda algo...volverás con furia y más pasión seguro!!!
ResponderEliminarEstoy de acuerdo en todo, menos en que dejes de participar en la carrera. Seguro que el culebrón tiene final feliz.
ResponderEliminarEn los reencuentros siempre es todo más pasional,.. la cosa promete!
ResponderEliminarGenial vuelta a casa!!!... A esta novia seguro q la vuelves a ver y a cojer cariño
ResponderEliminarComo te dice Sosaku, la culpa de todo la tienen los suegros
ResponderEliminarVolverás a sus brazos
Nos volvemos más exigentes con el tiempo, y creo que hacemos bien. Yo ya me niego a ir a carreras que fui hace años porque veo que no corrigen sus errores... Y ya estoy tan cascarrabias que no quiero correr maratones que tengan 10K y media simultáneamente... :)
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